Biografía de Conny Méndez

Hablar de Conny Méndez es hablar de una mujer irrepetible. No porque haya hecho una sola cosa extraordinaria, sino porque decidió hacer muchas, y todas con una libertad y una autenticidad que desentonaban (para bien) con la Venezuela de su época.

Juana María de la Concepción Méndez Guzmán nació el 11 de abril de 1898, en Caracas, justo en la esquina de El Conde, a dos pasos de la Catedral. Desde muy pequeña fue una especie de espíritu indomable, rebelde con causa y sin causa, de esas personas que parecen llegar al mundo con una brújula distinta. La sociedad caraqueña de comienzos de siglo no sabía muy bien qué hacer con alguien así.

Desde niña, Conny—nombre que adoptó después de que sus compañeras norteamericanas no lograran pronunciar «Conchita» y terminaran llamándola «Cunyira»—supo que no cabía en los moldes tradicionales. A los ocho años fue enviada a Estados Unidos, donde pasó su infancia y adolescencia en internados religiosos. No le gustaban los estudios, pero de esa experiencia sacó dos herramientas que marcarían su vida: el dominio perfecto del inglés y su nuevo nombre, Conny Méndez, con el que firmaría todas sus obras y por el cual sería recordada.

Conny se definía a sí misma como «toera». Le metía la mano a todo. Caricaturista, cronista, escritora, cantante, compositora, pintora y más tarde, metafísica. Nada le quedaba grande.

En los años 20, cuando las mujeres todavía fumaban a escondidas, Conny lo hacía en público y con orgullo. Decía que un día las caraqueñas le agradecerían ese gesto. Y probablemente así fue, porque en muchos sentidos, Conny abrió caminos para una nueva forma de ser mujer en Latinoamérica: creativa, independiente y dueña de su propio destino.

En la prensa, colaboraba con ilustraciones y columnas llenas de humor y picardía. Sus caricaturas de las damas de sociedad aparecieron en la revista Nosotras, mientras que en la sección «Aquí entre nos», desplegaba una crítica social afilada, pero siempre con gracia.

Como compositora, fue también un fenómeno. Su primer intento fue «La niña Luna», escrita «para ver si le salía». Le salió. Después vinieron canciones que se hicieron parte del imaginario popular venezolano como La negrita Marisol, Yo soy venezolana, Venezuela habla cantando y Chucho y Ceferina, considerada por muchos como una de las piezas de música folklórica más representativas del país.

Conny también se dedicó a la pintura durante una década, creando paisajes y retratos sin mayor pretensión. Su relación con la pintura era lúdica, espontánea, y muchas de sus obras desaparecieron porque la gente se las «prestaba» y luego nunca las devolvía. A ella no parecía importarle.

En 1956 publicó Memorias de una loca, un libro de humor y anécdotas personales que se convirtió en un éxito inmediato. Más tarde escribió Del Guayuco al Quepi, una sátira sobre la historia venezolana escrita en criollo, donde mezclaba el humor con una mirada crítica al devenir del país.

Sin embargo, fue en la metafísica donde Conny Méndez encontró su verdadera pasión. Su entrada a este mundo no fue por accidente, pero tampoco por cálculo. Durante un viaje en barco, en plena Segunda Guerra Mundial, conoció a la viuda de Henry Pittier, quien la introdujo a las enseñanzas espirituales que cambiarían su vida. En medio del peligro y la incertidumbre de aquella travesía, Conny descubrió un nuevo enfoque sobre la realidad, la energía y el pensamiento.

A su regreso a Venezuela, se dedicó a leer cuanto libro sobre metafísica cayó en sus manos. No tardó en convertirse en una estudiosa autodidacta de los grandes maestros de la filosofía espiritual y del pensamiento positivo. Pero Conny tenía un don especial: sabía explicar lo complejo en palabras sencillas. No hablaba de metafísica con solemnidad, sino con alegría, como quien enseña un truco maravilloso para vivir mejor.

Fundó la Hermandad Saint Germain y empezó a escribir sus famosos libros de metafísica: Metafísica al alcance de todos, Te regalo lo que se te antoje, El maravilloso número 7 y ¿Quién es y quién fue el Conde de Saint Germain?. Estos textos se convirtieron en guías prácticas para transformar la vida cotidiana a través de la mente, el pensamiento positivo y el reconocimiento del propio poder creador.

Sus enseñanzas no eran esotéricas en el sentido complicado de la palabra. Eran simples, directas y, sobre todo, aplicables. Por eso la metafísica de Conny Méndez se propagó como un reguero de pólvora por toda Latinoamérica, llegando a miles de personas que encontraron en sus libros un alivio, un cambio de perspectiva y un nuevo propósito.

Conny Méndez murió en 1979, pero su obra sigue viva. Más que escritora o compositora, fue una sembradora de conciencia. Creía en la capacidad de cada persona para cambiar su vida a través del pensamiento, la fe y la conexión con lo divino.

Nunca pretendió ser maestra ni gurú, pero sin proponérselo, se convirtió en guía de muchas personas que encontraron en su voz una manera de ver el mundo más luminosa, menos rígida y mucho más libre.

Quizás lo que mejor la define es una frase escrita de su propio puño y letra, que dejó en 1977:
«Me siento muy feliz de ver por fin mi obra en proceso de ser toda conocida, muy especialmente por la juventud de mi tierra, ya que fueron los muchachos en quienes pensé.»

Conny Méndez no fue solo una mujer adelantada a su tiempo. Fue una mujer que eligió vivir a su manera, fiel a sí misma, riéndose de los convencionalismos y sembrando alegría allá por donde pasó.

Y eso, a veces, es la forma más auténtica de dejar huella.

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